Acostumbrados, como estamos, a la crudeza de las palabras que escuchamos, leemos y en ocasiones incluso empleamos en las redes sociales, en determinados medios de comunicación o en las conversaciones con propios y extraños, me llamó la atención una publicación en Twitter que llevaba por título “Las diez palabras más bonitas del idioma español”.

Las leí y saboreé, una a una, y realmente me pareció una lista optimista, preciosa, y probablemente incompleta, de vocablos que apenas usamos en nuestro día a día y que, sin embargo, están cargados de belleza. Se me ocurrió compartirlo en mis redes sociales con el deseo de que, como me había ocurrido a mí, hubiera quien disfrutara con ese momento serendipia, ese hallazgo afortunado e inesperado cuando buscaba otra cosa. Incluso propuse que, aquel que lo deseara, citara la palabra que más le gustaba de aquella lista. Y me sorprendió la implicación de muchos usuarios, que compartieron sus preferencias e incluso reconocieron haber aprendido nuevas palabras.

Por curiosidad, hice recuento de los vocablos más votados y de aquel listado, el que más gustó fue inefable, es decir, “algo tan increíble que no puede ser expresado en palabras”. Me da la sensación de que, sólo el hecho de pronunciar un término que lleva intrínseco tal mezcla de emoción y de misterio, es un regalo para los sentidos. ¡Da para imaginar tanto! Si algo no puede ser expresado en palabras, a la fuerza tiene que ser recreado, saboreado, escuchado, disfrutado en la imaginación. Y creo que ahí radica la belleza de inefable y el hecho de que a tanta gente le guste esa palabra.

¿Qué podría ser inefable? Se me ocurren momentos y gestos tan sencillos como sentir el agua caliente en ese preciso instante en que se derrama sobre la piel todavía fría y dormida de la mañana; los primeros momentos del olor a café recién hecho junto al sonido de la cucharilla removiendo el contenido de la taza humeante; la lectura de una frase inesperada en medio de una página de un libro que te lleva hasta las lágrimas; la fracción de segundo en que la primera cucharada del postre de tu vida se posa en tu lengua y entra en contacto con tus papilas gustativas mientras cierras los ojos para detener el instante; aspirar el olor a tierra mojada en un paseo por el campo tras una tormenta (ese momento inefable tiene su propia palabra: petricor); alcanzar la cima de una montaña sin apenas aliento y al levantar la vista, admirar la inmensidad; escuchar el crujir de la leña en el fuego de una chimenea mientras estiras tus manos y tus pies en busca de calor.

Por no hablar de momentos trascendentales como tocar por primera vez la piel suave de tu hijo recién nacido; alcanzar una meta para la que uno se ha preparado durante meses o incluso años; viajar a ese lugar que parecía inalcanzable; lograr el sueño anhelado, deseado, amado. Se me ocurre incluso ese momento en que nos desprendamos, al fin, de la mascarilla, en que podamos vivir sin distancias, en que juntarnos, bailar o abrazarnos no sea una amenaza. Eso sí debe ser algo absolutamente inefable. Qué palabra tan acertada.

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Sobre mí

Marina Vallés Pérez (25/05/1976). Natural de Teulada (Alicante). Licenciada en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente soy periodista autónoma.



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