Ana comienza a trabajar tras 6 años en paro

Suena el aviso de WhatsApp en mi móvil. Con el dedo índice, que conoce el camino de memoria y casi sin mirar, pulso el icono verde de mi pantalla y leo: “Noticias frescas. No te lo vas a creer. Empiezo a trabajar el 2 de noviembre. En una inmobiliaria. De momento sólo tres meses, media jornada. Estoy nerviosa. ¿Sabré hacerlo bien? Hace tanto tiempo que no curro…” Es mi amiga Ana.

Suelto un taco, pero de alegría, lleno la pantalla de aplausos (benditos emoticonos), la felicito y le digo que todo va a ir bien. Nos despedimos y tras cerrar el WhatsApp, me dan ganas de volver a abrirlo y llenar la conversación de emoticonos de rabia, de esos con los dientes apretados, también de algún rayo, de algún cuchillo incluso, de una bomba de esas con mecha incluida…pero no se lo envío porque no me entenderá y Whatsapp se cargará una preciosa amistad por culpa de los emoticonos.

La rabia contenida tiene que ver con la preocupación de mi amiga, que lleva más de 6 años sin trabajar en el sector turístico, que es para lo que se preparó, para lo que estudió una carrera, para lo que aprendió idiomas, para lo que hizo prácticas en varias empresas, para lo que ha seguido haciendo cursos y ha asistido a charlas y ha leído y ha aprendido…Y a punto de alcanzar los 40, cuando se supone que Ana ya debería tener una solidez profesional, un empleo remunerado, un dominio de su trabajo…entonces es cuando se pregunta, con mucha inquietud, si sabrá estar a la altura…Emoticonos de rabia, muchos emoticonos.

A punto de alcanzar los 40, cuando se supone que Ana ya debería tener una solidez profesional, se pregunta, con mucha inquietud, si sabrá estar a la altura

Hemos vuelto a hablar por teléfono. Me dice que si se compara con los chicos y chicas que acaban de terminar la carrera, ella es y se siente mayor, y pese a que ha intentado reciclarse en todo lo relativo a su profesión mientras cuidaba de sus hijos de 6 y 3 años, sabe que los que llegan por detrás están preparados, algunos muy preparados, y que ella es mujer y con cargas familiares. Eso sí, hay algo que nadie le puede arrebatar, además de su profesionalidad: la ilusión que tiene de volver a sentarse en un despacho, de atender una llamada, de acompañar a unos clientes a ver un piso, de rellenar un informe…”Tengo muchas ganas de trabajar”, me dice.

Cuántas Anas como mi Ana. Qué historia tantas veces escuchada pero para la que sigue sin haber una solución real. “Tres meses y veremos”.  A todas las Anas, o los Juanes, les han arrebatado en estos años no sólo el sueldo para vivir y pagar las deudas de cada uno sino también la autoestima y la dignidad de saberse útil a la hora de desempeñar un trabajo para el que uno está preparado y se ha formado.

Me abstengo de desplegar aquí los demoledores datos del paro de nuestra ciudad, o de nuestra comarca, o de nuestra provincia, o de nuestro país…Las escuchamos cada vez que estrenamos mes, así que están al caer. Hasta a esas brutales cifras se acostumbra uno a fuerza de escucharlas. Pero aunque los números sean fríos y generen desinterés, detrás de cada uno de ellos hay personas que viven esperando una llamada y a los que, el día que la reciben, se les mete el miedo en el cuerpo. «¿Sabré?»

Tú sabrás de sobra. Otros no han sabido. Y así nos va.

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Sobre mí

Marina Vallés Pérez (25/05/1976). Natural de Teulada (Alicante). Licenciada en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente soy periodista autónoma.



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