No habíamos quedado las cinco juntas desde que nos confinaron el pasado mes de marzo a causa de la pandemia del coronavirus. En uno de aquellos días aciagos, nos conectamos para hacer una videoconferencia pero nos repetíamos constantemente que teníamos que organizarnos para vernos, al fin, las caras. El encuentro llegó medio año después del confinamiento, hace tan sólo unos días, pero sabes que estás entre amigas cuando tienes la sensación de que retomas la conversación como si la hubieras interrumpido sólo el día antes, y no hace seis meses. Y aquel reencuentro me produjo tantas sensaciones que supe que escribiría sobre ello.

Mientras las escuchaba hablar, me fijaba en que representábamos un universo tan dispar, que cualquier analista tendría más que suficiente con una muestra de nosotras cinco para hacer un estudio estadístico con conclusiones de lo más variopintas. Algunas con hijos, otras no; casadas, divorciadas, con pareja y solteras; autónomas, trabajadoras por cuenta ajena, estudiantes y alguna en el paro debido a la pandemia…de manera que la conversación, lejos de ser una línea continua, iba fluyendo de una a otra como si se tratara de una ola. En el ascenso celebrábamos los logros laborales de una de ellas; en el descenso escuchábamos con preocupación el desánimo de otra por el dolor de una ruptura, pero en medio de esas subidas y bajadas estábamos cinco mujeres, amigas, hablando con toda naturalidad de que “la peluquera me ha quemado el pelo con la keratina”, “pues ve a mi peluquero que a mí me deja el pelo fenomenal”, “me ha tocado de padre de la clase de mi hijo a ese tío que nos caía tan mal, ¿os acordáis?”; “he cambiado a mis hijos de colegio y me ha dado muchísima pena”, “hoy le he preguntado camino del colegio a mi hija el examen que tenía de Sociales y no se acordaba de nada”, “la próxima vez que nos veamos habré perdido 10 kilos porque en el confinamiento me pasé tres pueblos”, “¿y tú, por qué estás tan delgada?”…..Y en medio de esta conversación aparentemente tan banal, habitaban cinco mujeres formadas, preparadas, independientes, solidarias, anhelantes de vida, de proyectos. Podríamos haber tenido una conversación de altura, podríamos haber hablado de política, de religión, de ciencia, pero hablamos de dolor, de amor, de deseos, de inquietudes, de preocupaciones, y sobre todo, como cada vez que nos reunimos, nos reímos de nosotras mismas.  Esa es, siempre, nuestra mejor terapia. Nuestro sello.

Todo esto rumiaba yo mientras las escuchaba hablar cuando el camarero me trajo una infusión con un sobre de azúcar que ponía “Supra Sublime”. Sonreí, saqué mi móvil e hice una foto para que no se me olvidara. Aquel iba a ser el título de este post. Las amigas, en estos tiempos en que se nos prohíben tantas cosas, se han convertido en ese espacio sagrado donde cabe todo, desde lo más sublime hasta lo más banal. Si no fuera así, no serían amigas.

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Sobre mí

Marina Vallés Pérez (25/05/1976). Natural de Teulada (Alicante). Licenciada en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente soy periodista autónoma.



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