mirada

Hace unas semanas entré en una panadería para comprar algo de almuerzo. Justo en la puerta del establecimiento, sonó mi móvil. Descolgué y empecé a hablar mientras me acercaba a la vitrina donde se exponían los productos a la venta. Detrás del mostrador, una dependienta esperaba pacientemente a que le dijera lo que quería comprar. Yo, móvil en mano, y mientras seguía hablando, le indiqué con el dedo el bocadillo que quería llevarme. La mujer lo sacó de la vitrina, lo envolvió, le di el dinero, me cobró, y cuando estaba a punto de irme, terminé de hablar por el móvil. Mientras lo guardaba en el bolso, miré a los ojos, por primera vez, a la dependienta. Habían transcurrido al menos cinco minutos desde que había entrado por la puerta de su establecimiento y no me había dignado ni a levantar la cabeza. No lo había hecho con mala intención, pero me di cuenta de que mi gesto rozaba, en todo caso, la mala educación. Le pedí disculpas por haberme dirigido a ella con gestos y no con la mirada y la palabra, y me contestó resignada: “No te preocupes, no eres la única. Me pasa muchas veces al día”. Ella sí me miró a los ojos mientras me lo decía.

Hoy me he encontrado con un amigo por la calle. Es abogado y venía de defender a un cliente en un juicio. Lo he visto abatido y ha sido él quien, sin yo preguntar, me ha dicho: “Vengo desolado de un juicio. La jueza ni siquiera se ha dignado a mirarme a los ojos durante toda la vista. Tenía la sensación de que todo lo que dijera no iba a servir absolutamente de nada porque ella ya se había hecho su propio juicio. Su actitud me ha descentrado totalmente”. Y me lo decía consternado, con la mirada triste.

Hemos entrado en una peligrosa espiral de mala educación, falta de empatía y escasa socialización

Hemos entrado en una peligrosa espiral de mala educación, falta de empatía y escasa socialización que suplimos mirando el móvil. A eso sí que no le quitamos la vista.

A todos nos ha pasado, a mi también, ir por la calle, escuchar nuestro nombre y al levantar la vista –del móvil– encontrar a alguien conocido que ha tenido la amabilidad de sacarnos por un momento de nuestras redes sociales o de WhatsApp, tan ocupados como estábamos en contestar algún comentario en Facebook o en el propio WhatsApp. Por no hablar de los paisajes y  espacios que nos perdemos tratando de fotografiar con nuestro móvil ese instante que deberíamos regalar a nuestra vista.

Hemos perdido la sana y maravillosa costumbre de mirar a los ojos de aquel a quien tenemos delante. Por mal que nos caiga. Por daño que nos haga. O todo lo contrario.

Las miradas comprenden, aceptan, suplican, desaprueban, temen, sufren, aman, lloran, ríen. Todo lo que dicen los emoticonos de nuestro Whatsapp lo encierra una mirada. Pero somos más rápidos tecleando que levantando la vista. Lástima.

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Sobre mí

Marina Vallés Pérez (25/05/1976). Natural de Teulada (Alicante). Licenciada en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente soy periodista autónoma.



  • Victor R. Panach dice:

    Tu corazon tiene una mirada que los ojos no ven. Mirada abierta al fluir cotidiano de la solidaridad. Sigue asi. Un abrazo.

    Victor R. Panach

  • Domingo dice:

    Cuanta raó tens Marina.
    Estem en un món,en que li donem més importámcia a les reds socials,que al nostre entorn.I estem perdent,tot lo realment important,com es la xarrada familiar,en els amics,ect.Tot ho fem en les reds socials,que no dic que siguen ruïns,per ho,crec que tots,ens estem pasant un poc.

  • David dice:

    Buenos días, somos egoístas, empatía es la palabra, en la vida es tan fácil de obrar como la siguiente forma: «No hagas a los demás lo que a ti no te gustaría que te hiciesen», así de simple.

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