Entretanto. Dice la segunda acepción de la RAE que es “el tiempo en que se espera algo o el tiempo que media entre dos sucesos”. Hace demasiado tiempo que esperamos que la pandemia del coronavirus deje de ser presente. Pero hasta que eso ocurra, la vida también va transcurriendo y sería bueno que llenáramos este paréntesis de esperanza, que cuidáramos mente y cuerpo. Que viviéramos, pese a todo. Inicio así una serie de entrevistas en marinavalles.com que pretenden ser esa ventana abierta (ahora que tan importante es ventilar nuestros espacios) para tomar aire y seguir, entretanto, nuestras vidas.

 

Dra. Carmen S. Alegría

“Médico de urgencias convencida de que el amor es la mejor medicina”. Este es el lema que reza en la página web de la doctora Carmen S. Alegría, dracarmenalegria.com y que sin duda, es un revulsivo en estos tiempos de enfermedad, contagios, pandemia y muerte. Con la doctora Alegría abro este nuevo espacio de entrevistas.

Pregunta. Usted se contagió de coronavirus al principio de la pandemia, a mediados de marzo. ¿Cómo recuerda aquellos días confinada, sin conocer apenas de la enfermedad?

Respuesta. Lo primero que sentí fue miedo, pero no por mí sino por mis familiares, temía contagiarlos. Una vez ellos estuvieron a salvo y me quedé sola en casa, el virus se desparramó, empecé a sentir los síntomas. Hubo momentos en que me asusté, pero recuerdo que me dije a mi misma: “no te pongas zancadillas mirando los síntomas, mirando el miedo. Tú ya naciste sabiendo respirar, deja que tu cuerpo respire”. Parece una tontería pero funciona, cuando tú disminuyes la ansiedad, el cuerpo vuelve a su sitio, al principio con más o menos dificultad porque es verdad que el virus hace de las suyas, pero funcionó. Y jamás me he sentido tan médico como entonces, porque en cuanto me encontré un poco mejor lancé un mensaje por Twitter ofreciéndome a ayudar a quien me necesitara. Nunca imaginé la repercusión que iba a tener aquel mensaje. Llegué a recibir más de 500 mensajes al día.

P. ¿Cómo le están ayudando sus conocimientos en numerosas materias como PNL, Mindfulness, Inteligencia Emocional o Gestión del Estrés para paliar el dolor físico y emocional causado por la pandemia en sus pacientes?

R. Lo aplico todos los días. Mira, en mi guardia de ayer atendí a bastantes pacientes y a más de la mitad de ellos tuve que hacerles una pequeña relajación porque tenían ansiedad asociada al miedo y a la incertidumbre. Son mini píldoras rápidas pero con cinco minutos de una relajación a base de cerrar los ojos y respirar, todos mejoraron. También vino una niña de 14 años con un fuerte dolor de estómago. Esa era la forma que tenía su cuerpo de expresar mucha angustia dentro, reprimida desde hacía años debido a los abusos que había sufrido. Aunque le recetes muchos fármacos, ese dolor de estómago nunca va a sanar si no quitas la base de miedo, de frustración, de rabia, de impotencia. Me puse en su lugar y pensé qué me ayudaría a mi si tuviera 14 años y estuviera sentada al otro lado de la mesa. Se me ocurrió llenar de aire unos cuantos guantes de exploración que utilizamos los médicos, le pusimos nombre a los globos con todo aquello que a ella le estaba produciendo rabia y le dije: “vamos a pisar globos”. ¿Sabes lo bien que se quedó, pisando y rompiendo aquellos globos? Y le regalé media docena de folios para que escribiera algunas cosas que le iban a ayudar.

P. Usted ha vivido en carne propia la enfermedad y la pérdida de seres queridos en esta pandemia. Su padre falleció cuando usted estaba confinada y tuvo que despedirse de él por teléfono.

R. Uno nunca está preparado para despedirse de un ser querido. Sin embargo, el Universo es tan generoso que meses después, cuando ya estaba recuperada, recibí una llamada de unos pacientes. Toda la familia se había contagiado de coronavirus y el más enfermo era el abuelo, que estaba ingresado en la ciudad donde trabajo. Me pidieron que me encargara de seguir su evolución. Cuando supe que estaba a punto de morir, les llamé para que pudieran despedirse de él, y créeme que la sensación que tuve agarrando la mano de aquel anciano, poniéndole en contacto con sus familiares, esperando junto a él a que se marchara y dándole permiso para irse allá donde quisiera, no es como si pudiera haberlo hecho con mi padre pero fue un regalo para mí. Me permitió cerrar el círculo tras la pérdida de mi padre, porque uno  siempre se queda con esa sensación amarga de no haber podido dar el último abrazo. Sin embargo, si fuéramos conscientes de que la vida es un regalo que se nos puede ir de las manos en cualquier momento, con o sin Covid, daríamos más abrazos, tendríamos menos miedo a expresar lo que sentimos.

P. ¿Cómo podemos sanar el dolor por la pérdida de un ser querido cuando ni siquiera podemos verlo, tocarlo, abrazarlo, despedirnos de él debido a la pandemia?

R. Siempre hay una fase de dolor, pero a mí me ayudó mucho agradecer las cosas buenas que aprendí de mi padre. No puedes quedarte en el dolor de “yo no estuve allí” porque te hace sufrir mucho. También me ayudó escribirle una carta de despedida y plasmar las primeras líneas con la mano no dominante, es decir, si eres diestro, conviene empezar a escribir con la zurda. Como aprendí en PNL, es una forma de conectar con la parte inconsciente y lo recomiendo mucho a mis pacientes cuando están superando un duelo que deriva en una situación patológica.

Y los rituales son necesarios en este tiempo de pandemia, sobre todo pensando en aquello que le gustaba a la persona fallecida. Tanto si eres creyente como si no lo eres, conviene, en cuanto se pueda, celebrar un funeral, un ritual, lo que cada uno considere. En mi caso, como no se podía hacer nada y además yo estaba confinada, para no quedarme en ese desgarro del dolor, horas después de que incineraran a mi padre, convoqué una reunión por la plataforma Zoom con mis seres queridos. Pedí que aquel que quisiera aportara algún recuerdo bonito de él. Y al final todos se animaron. Pasamos del llanto a la risa, de la risa a la ternura, de la ternura a recordar momentos fantásticos. Incluso monté un video con fotos de mi padre y tuve que aprender a hacerlo porque no tenía ni idea, al igual que a utilizar Zoom. En mi caso, preparar aquello con tanto amor me liberó del sufrimiento.

P. Hemos tenido que dejar morir a nuestros familiares solos en los hospitales, nos hemos aislado en habitaciones por estar infectados, los mayores que viven solos aún han sentido más en sus carnes la soledad. ¿De qué manera podemos aprender a convivir con la soledad?

R. En las ocho semanas que yo estuve confinada (nunca había estado más de 24 horas sola), me sirvió mucho darme cuenta de que no era tan terrible el hecho de aceptarme, escucharme, dejar salir esa parte humana que a veces disfrazamos en forma de perfeccionismo, de poder con todo. Al final te desparramas en el sofá y te dices: “pues no estoy tan mal conmigo misma”. Y lo que sobre todo me alivió fue poner mi empeño en ayudar a los demás. Perdí la noción del tiempo atendiendo a personas que estaban angustiadísimas. Y hay que reconocer también que Internet me curó, no sólo por recibir mensajes de mis seres queridos, sino de personas que me escribían desde muchos lugares haciéndome llegar una enorme gratitud, un abrazo sincero, una palabra cálida para agradecerme mis consejos médicos…eso es muy nutritivo, aunque no sea a través del contacto físico.

P. ¿Diría que el coronavirus ha dejado al descubierto más dolencias que las puramente físicas? ¿Ha sacado a flote las dolencias del alma?

R. Es que la vida, en general, va muy rápida, en conocimientos, en medios y sin embargo, en cuestión de emociones, estamos casi casi como en la época Neandertal. Seguimos con los miedos, las tristezas, las angustias, viviendo en un péndulo entre el ayer y el mañana. Mucha gente no ha sabido desconectar de los ruidos externos. No es tan complicado pero nos aterra el silencio, por eso conectamos con las redes sociales, con la televisión, nos anestesiamos con estímulos externos, tabaco, alcohol, sustancias más fuertes, porque el cerebro necesita fugas.

P. ¿Y cómo conecta uno consigo mismo?  Denos algunas recetas

R. Muy sencillo. Quedarnos en silencio. Cerrar los ojos y parar tan solo dos minutos. No hacer nada más que sentir que, efectivamente, respirar es un milagro. Contemplar un atardecer, el sonido de la lluvia, una puesta de sol, pero en silencio, y a poder ser solos. Y sentir la magia de decir “estoy aquí”, y “todo esto es para mí y es gratis”. La puerta de entrada siempre es el silencio. Para escuchar eso que no se ve, siempre necesitamos silencio y después la confianza de que llegará la magia. Desconectar es importantísimo y cura. Lo hago incluso con mis pacientes por teléfono. Les pido que pongan el teléfono en manos libres, que no hagan nada, y les hago una meditación de tres minutos. Las mejores medicinas están dentro de nosotros.

P. Lo bien cierto, doctora, es que la pandemia ha agravado, en general, nuestra salud mental. El estrés, la ansiedad, la depresión, están haciendo mella en la ciudadanía ¿Qué consejos puede ofrecer ante este impacto psicológico en nuestras vidas?

R. Hay algo que desgasta mucho y es no saber la fecha de caducidad de esta situación. Lo mejor, por tanto, es vivir el presente, y vivirlo desde el significado mismo de la palabra “presente”, que es sinónimo de “regalo”. No es fácil pero podemos aplicar fórmulas sencillas. Por ejemplo, yo cada mañana busco dos o tres motivos por los que levantarme contenta. Hoy, sin ir más lejos, he pensado: “qué bien, no llueve; han levantado la prohibición de pasear junto a la vereda del río; hoy no tengo guardia así que me puedo permitir el lujo de darme un desayuno estupendo”. Esas tres cosas ya son un regalo para el día. Es verdad, luego llega la realidad, para pasear junto a la vereda del río tengo que llevar la mascarilla puesta, pero no me enfoco en lo negativo sino en lo positivo, en poder recuperar de nuevo el paseo por ese tramo que hasta ahora estaba prohibido. Nuestro cerebro es muy obediente a nuestros pensamientos y reacciona en función del tipo de palabras con que lo alimentamos. Si me levanto diciendo: “todo es gris, esto es un caos, esto es un desgaste, no puedo…”, nos hacemos mucho daño. Entre estar tristes y despotricando o estar contentos, elijamos estar contentos, aunque sólo sea por egoísmo.

 

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Sobre mí

Marina Vallés Pérez (25/05/1976). Natural de Teulada (Alicante). Licenciada en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente soy periodista autónoma.



  • ALICIA BERTÓ TERRADES dice:

    Ha sido un gustazo leer tu entrevista.
    Un motivo para levantarnos hoy alegres. Aporta muchas cosas que se saben de siempre, pero es bueno leerlas.
    Gracias

  • Carmen López Flor dice:

    Hola Marina!
    Graciaspor esta entrevista,estoyde acuerdo con Carmen de lo terapeutico q resulta la empatia y mas en momentos como el actual.El afecto sube nuestras defensas,el afecto disminuye el sufrimiento y ayuda a la sanacion,para el o la paciente y tambien para sus personas cercanas.
    Gracias x la entrevista y por el posts
    Un abrazo

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